Alejandro Fabbri nos regala una nueva edición de su columna para cap.org.ar. En este caso, la historia de un ídolo «calamar» como lo fue el «Mono» José Luis Petti.
Era la noche soñada. El 24 de mayo de 2005. Casi tres mil personas abarrotaban la Cena del Centenario en el espléndido espacio del Colegio Lasalle de Florida. Autoridades, funcionarios municipales y nacionales, comensales, la mayor parte de las mesas estaban cubiertas y se acercaba el momento de la comida.
De pronto, apareció un señor cuarentón, con poco pelo pero una cara inconfundible, junto a su hijo de 12 años, que miraba con asombro todo lo que pasaba. Habían llegado la tarde anterior desde Mar del Plata, como invitados especiales al festejo Calamar. No pasaron más que treinta segundos y el cantito que se generó en quienes lo conocieron, fue creciendo hasta convertirse en un grito que lo hizo temblar a él y lo sorprendió a su hijo, que terminó de darse cuenta quién había sido su padre como jugador de fútbol.
El “olé, olé, olé, olé, olé, el Mono Petti y su ballet…” atronó el Salón y se prendieron (nos prendimos) todos, muchos de nosotros con lágrimas en los ojos. Era él. Un enorme futbolista, un pedazo entrañable de la historia de Platense, uno de los cracks que quizá no hayan recorrido una carrera más exitosa por diferentes razones, pero que cuando se vestían con la Marrón y Blanca nos hacían ilusionarnos muchísimo.
José Luis Petti debutó en 1973, cuando llegó desde la sexta división del club directamente a trabajar con el plantel profesional. Eran tiempos duros: Platense había perdido su cancha y descendido al mismo tiempo dos años antes. En aquel ’73 hacía de local en la cancha de Tigre, lejana y poco amistosa. Muchos chicos del club, ante la grave crisis económica, fueron llegando a la Primera y con él, vale la pena recordar a Morelli, Carlitos Gómez, el Flaco Cierra, Collodel, Bernabitti, acoplándose a Ernesto Ulrich y José Luis Río, entre otros. Curiosamente, fue el último año de ese enorme arquero Calamar, el bahiense Enrique Topini, infaltable desde 1959.
El Mono era mediocampista ofensivo, casi un delantero tirado atrás, con una formidable capacidad para la gambeta y con exquisita visión de juego. Con 18 años cumplidos la rompió en el 2-0 contra Defensores de Belgrano en el Bajo y le metió su primer gol a Almagro, una semana después. En 1974 se afirmó como titular, junto a dos atacantes ilustres de la categoría, como el mencionado Ulrich y el querido Daniel Severiano Pavón.
Para 1975 los dirigentes le trajeron un crack rosarino: Jorge Bocha Forgués. Entre ambos hicieron las delicias de los hinchas Calamares porque parecía que se conocían desde la cuna. Son especialmente recordados los triunfos contra Lanús por 4-3 (dos goles de cada uno), el 3-0 a Italiano (2 de Forgués) y un 2-0 a Morón con un gol increíble del Mono allá en el Oeste.
Los golpes de los defensores dejaron a Petti fuera del torneo en la mitad del mismo y para 1976, el año del ascenso, la rotura de ligamentos cruzados en la segunda fecha contra Flandria lo marginó y fue un espectador de lujo. Platense salió campeón y el Mono volvió de a poco, para llegar a su máximo esplendor en el Cuadrangular de la Muerte: dos goles exquisitos a Gimnasia y Chacarita lo catapultaron al primer escalón del torneo.
[Foto] Año 1980: José Luis Petti es entrevistado por Alejandro Fabbri para el Diario «Clarín» tras pasar a Argentinos Jrs.
Newell’s se lo llevó a jugar el Nacional de 1979 y enseguida se metió Argentinos Juniors (antes de la rivalidad) para ubicarlo como compadre de Maradona, con quien llevaron al Bicho a su primer subcampeonato. Regresó a Newell’s y pasó por Independiente, pero volvió al Calamar en 1982 y son especialmente recordados sus goles a Quilmes y Central, además de Independiente en 1983. Dejó el fútbol, dejó Platense, pero nunca perdió importancia en la consideración de los hinchas. Ídolo por su juego, su capacidad ofensiva, su ubicación en el campo y su enorme talento.
Fueron 190 partidos y 42 goles. Alguna vez recordó que el regreso desde La Plata en 1979, tras el 2-0 al Lobo y la casi segura salvación, con los siete mil Calamares que inundaron la capital provincial, la vuelta tocando bocina con el Mono cantando con medio cuerpo afuera del micro fue de lo mejor que le pasó en su carrera. Integra el reducido núcleo de los cracks históricos de Platense. Brilló en los sábados, pero también los domingos. Desparramó fútbol, goles, defensas rivales y no se guardó nada. Hoy, a la distancia, su recuerdo se agiganta. Como pocos.
En la retina y en nuestras memorias, los muchos que tuvimos el privilegio de verlo jugar con la camiseta Calamar, permanece entre los mejores. Los que pueden hacernos cantas de nuevo aquello del “Mono Petti y su ballet” si lo volvemos a encontrar. Sea donde sea.
ALEJANDRO FABBRI