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El partido se jugó en dos días. La fiesta resultó interminable. El furioso temporal no pudo impedir la alegría y el griterío de la multitud marrón y blanca. Platense acababa de mandar al descenso a Lanús en el Gasómetro (todavía no era el Viejo Gasómetro, todavía le quedaban dos años de vida) y la vida nos sonreía y nos cantaba. A pesar de la Dictadura, del plan económico de Martínez de Hoz y sus secuaces, pese a la falta de libertad, esa noche del 16 de noviembre de 1977 quedará por siempre en nuestros recuerdos más queridos.

                Sin cancha propia –el estadio de Vicente López todavía era una obra que se iba haciendo al ritmo que dictaba la falta de dinero- pero con el esfuerzo de todos, Platense armó un equipo apenas discreto, con algunos héroes del ascenso (Miguel Arturo Juárez, Gianetti, Morelli, Osvaldo Pérez, Ulrich) y el mismo entrenador, don Juan Manuel Guerra.

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                Fue el campeonato más largo de la historia, con 44 fechas, aquel Metropolitano. Lo ganó River, con dos puntos de ventaja sobre Independiente y siete por encima de la revelación, el Vélez juvenil de Carlos Cavagnaro. Platense tuvo que esperar hasta la novena fecha para ganar: fue de visitante, 1-0 a Lanús gracias a un excelente cabezazo del Mono José Luis Petti. ¿Premonición?

                Dos series de tres victorias seguidas (Temperley, Gimnasia y Quilmes, Newell’s, Argentinos y Unión) nos pusieron lejos las preocupaciones por quedarnos en la A. No había promedios y se iban los tres últimos. Hubo festejos en el 3-1 a San Lorenzo en la 28ª fecha, pero después vino la racha negra: Platense ganaría apenas uno de los últimos 17 partidos, sobre la hora en Villa Crespo a Gimnasia. Derrota con Chacarita y caída en la última fecha en Avellaneda con Racing, nos dejaron esperando que Lanús –que tenía 38 puntos como el Marrón- no sumara contra Rosario Central en la propia cancha granate. Así fue: un córner de un tal Carlos Gómez se le metió en el arco al Loco Rubén Sánchez y Lanús no pudo empatar. El desempate era tres días después.

                Más de cincuenta mil personas en el templo azulgrana de Boedo. Nosotros en la cabecera visitante, sobre la calle Muñiz, con el refuerzo de hinchas de Almagro y de Defensores de Belgrano. Enfrente, los granates acompañados de Temperley, de Huracán, de Chacarita y algunos más. No se notaba diferencia. Mitad y mitad para cada uno. La duda era nuestro arquero: Osmar Miguelucci había cumplido 36 años y no pasaba por su mejor momento. En la derrota contra Chacarita se comió un gol de larga distancia y las malas lenguas sugirieron su exclusión por bajo rendimiento o por alguna sospecha. Algún personaje lo llamó al mismísimo técnico Guerra para pedirle que lo excluyera con algunas amenazas. El entrenador le ratificó la confianza al arquero.

                Partido malo, escaso juego, mucho nervio y más miedo todavía, casi sin chances de gol. En el final –con 30 minutos suplementarios inclusive- se puede contar ese tiro libre desde la izquierda y el cabezazo que reventó el travesaño Calamar. Enseguida, la corrida de Miguel Ángel Juárez y su remate que superó al Loco Sánchez y rozó el poste granate. Goles que no fueron, duelos de guapos en la media cancha, multitud ansiosa y fanatizada. Nada más.

                Llegaron los penales: el zaguero Miguel Arturo Juárez fusiló a Sánchez y clavó el 1-0. La metieron los tres primeros de Lanús; Belloni, Osvaldo Pérez y Ulrich habían convertido los suyos y quedamos 4-3 arriba. Le tocó el turno al mediocampista Abel Coria y su remate lo atrapó Miguelucci. Euforia total en los tablones marrones. Había que hacer el penal. Le tocaba al zaguero Peremateu, pero estaba acalambrado y no quería. Se hizo cargo el Mudo Gianetti. Caminó esos pasos interminables hasta la pelota, la acomodó y su tiro, demasiado suave, lo paró Sánchez. El último fue para Moralejo: gol, 4-4 y a empezar de nuevo. El griterío pasó a ser granate.

                Empezó la serie de dos penales, aunque el juez Roberto Barreiro (insólitamente) creyó que eran dos tiros por equipo en cada turno equivocadamente. Platense seguía tirando primero: lo hizo Miguel Ángel Juárez (que estaba peladito, haciendo el servicio militar) y adentro. Miguelucci se hizo un poco más grande porque le desvió el penal al lateral Benejú, aunque enseguida Niro tiró afuera el penal de la salvación. Convirtió Guillermo Zárate y a seguir contando. Hasta ahora, 5-5. Era el mismo Zárate que al año siguiente se consagraría campeón con Quilmes en Primera A.

                La tercera tanda fue sencilla. Todos la metieron: Fermín Rivero (6-5), Barrera (6-6), el Loco Carlos Pinasco puso el 7-6 y lo empató Rubén Giachello. El penal que hizo Pinasco merece contarse: estaba lesionado desde el final del partido, con una contractura que pintaba para desgarro y fue hasta la pelota acompañado por un auxiliar. Cuando el ayudante se retiró, tomó carrera y engañó a Sánchez con un derechazo al medio del arco. Hizo el gol, apretó el puño y pidió la camilla inmediatamente. Así lo sacaron del campo donde se quedó inmovilizado.

                Llegó el final: Jorge Peremateu –ya sin calambres- reventó el poste con su remate y el miedo nos invadió. Tercera intervención de Miguelucci –aquel que jugaba amenazado- y el tirito de Rubén Sánchez se quedó en sus manos. Le tocaba de nuevo a Miguel Arturo Juárez, que no tuvo problemas en fusilar al Loco: ahora estábamos 8-7 arriba y si lo erraba Orlando Cárdenas, Platense se quedaba en la A. Así fue: derechazo a media altura, vuelo triunfal de Miguelucci y final. Ahora sí, a gritarlo fuerte, a llorar, a abrazarse con quien estuviera al lado aunque no lo conociéramos. El cantito “Vamos vamos Calamares, vamos vamos a ganar, que Platense es de Primera y de Primera no se va…” atronó la cancha de San Lorenzo durante un rato largo, mientras la multitud granate se iba envuelta en su propia angustia.

 

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                Miramos la hora, eran las 0.10 del jueves 17 de noviembre. El partido había arrancado a las 21.35, así que se jugó en dos días, algo único en la historia del fútbol argentino. Miguelucci no pateó y Lanús tenía razón en su reclamo, pero Julio Adrián Crespo tampoco lo hizo y quedamos mano a mano. La protesta de los dirigentes del Sur no cuajó, Platense comenzó su camino en el Nacional de 1977 y todo terminó muy rápido. El 20 de noviembre el Calamar recibió a Vélez en la cancha de Atlanta, con caída 3-1, pero a nadie le importó. Miguelucci fue ovacionado, la sensación de quedarnos en la A por derecho propia fue única e intransferible.

 

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                Está claro que no sabíamos lo que vendría. Las hazañas de 1978 y 1979, la cancha nueva en Vicente López, el campañón de 1980, el nacimiento del duelo con Argentinos Juniors, todo cayó de golpe. Y nació para siempre, el Fantasma del Descenso. Los que se acuerdan bien, son los rivales, los 26 equipos que bajaron cuando para muchos, el candidato era Platense.

                Pasaron 40 años de aquella noche en el Gasómetro. Parece mentira.

AF