La palabra de Lucas Poggi, nadador que representó a Platense y a la Argentina en los Juegos Parasuramericanos de Santiago de Chile.
Las cosas nunca le fueron fáciles a Lucas Poggi, una de las figuras de la delegación argentina que recientemente alcanzó el primer lugar del medallero en los Juegos Parasuramericanos de Santiago, en Chile. Desde chico, este joven de 21 años (nació el 7 de septiembre de 1992), y que no para de asombrar cada vez que compite en alguna disciplina de natación, sabía que iba a tener que luchar contra todas las barreras del destino para cumplir sus sueños.
Lucas es uno de los atletas argentinos más destacados en su especialidad y lo refrenda en cada competencia. Pero no está sólo en esta lucha diaria, es uno más dentro de esa cantidad de atletas que entregan su corazón y espíritu en cada entrenamiento, en cada prueba, venciendo no sólo a sus rivales, sino también a todos los inconvenientes que la vida les puso por delante. “Mi meta es crecer, es luchar y mejorar en cada paso que doy. Siempre me esfuerzo y doy un poco más”, le cuenta con mucha timidez Lucas a El Gráfico Diario.
En los Juegos Parapanamericanos de Guadalajara (México 2011) había conseguido tres medallas, y ahora, en Santiago, sumó un oro (100 metros espalda) y un bronce (400 metros libres) al medallero argentino en las únicas dos competencias en las que participó. “Estuve entrenando a full, me preparé con todo para poder conseguir alguna medalla y lo conseguí”, cuenta. Pero Lucas no sólo destaca su esfuerzo para cristalizar estos logros, sino que resalta la tarea de Juan Zucconi, su entrenador desde hace un año. No ahorra elogios al admitir que “Juan es un grande, me aportó mucha tranquilidad, me permitió seguir mejorando. Él fue nadador y me fue corrigiendo varias cosas , pero lo que yo siempre más valoro es la tranquilidad que me transmite. Eso es fundamental para un deportista.”
Está claro que estos logros y premios no son producto del azar. Lucas, que dejó de representar a River para hacerlo en Platense y entrenar en el CENARD, nada todos los días en doble turno. Sin aflojar nunca. Además, como si fuera poco, también trabaja tres veces por semana en un gimnasio “el tren superior para tener más resistencia”. Gracias a su capacidad, sumada al esfuerzo y a los entrenamientos, este oriundo de Villa Urquiza escaló hasta el 12º lugar del ranking mundial, y está “a sólo 58 centésimas del récord sudamericano”. Es más, en Santiago, en los 100 metros espalda, se dio el lujo de ganarle a un finalista mundial. “Esperaba una buena marca, pero nunca esperaba ganarle a rivales de tanto nivel”, dice mientras deja traslucir su propio asombro.
La próxima competencia en la que apuesta seguir destacándose es el Torneo Argentino en el CENARD (comienza en mayo). “Es importante, pero voy a ir un poco más relajado, porque la medalla del sudamericano ya la tengo y eso me brinda seguridad. Igual, siempre apunto a seguir mejorando. Esperaba una buena marca, pero no ganarle al finalista del mundo. Fue muy gratificante y todavía lo disfruto”, expresó sin dejar de admitir que su mente también está apuntando poco a poco al mundial del año que viene en Escocia y a los Juegos Paralímpicos de Canadá (también en 2015). “Voy a ir por algún oro, esa es la meta. Competencia tras competencia me demuestro que puedo seguir mejorando y eso me motiva”, admite. Esas preseas no sólo sirvieron para que Argentina llegue a lo más alto del clasificador en Santiago 2014, sino que fueron una recompensa para su alma, para saber en lo más íntimo que todo el esfuerzo no fue en vano.
Aunque el verdadero valor de “Luquitas” (como lo llaman Olga y Mario, sus papás, y Daniela, su hermana mayor) está afuera del agua. En el día a día cotidiano. Lo que para la mayoría de las personas es normal, para él es complejo. Por ejemplo, caminar –lo hace ayudado con bastones metálicos–. Tiene que convivir y luchar contra las adversidades a las que se tuvo que aceptar desde su nacimiento. Lucas Poggi sufre de espina bífida, una malformación congénita del tubo neural que se produce durante la gestación y deja a la médula espinal sin protección ósea, una lesión que le afectó los miembros inferiores. Sus padres recuerdan esos momentos y también la certeza de que la situación le provocó muchas tristezas de chico. Lucas, como tantos chicos en situaciones similares, sufrió por ser discriminado, y eso lo marcó a fuego. “Fue muy duro todo lo que viví. Cuando uno es chico siempre hay discriminación. En la primaria fue muy feo, aunque cuando fueron pasando los años me fui despegando de eso. Me fui demostrando que podía cumplir con lo que soñaba. Tuve que sacarme la discriminación de por medio”, cuenta refugiándose en la seguridad de un espíritu indomable. Pero estos no fueron los únicos rounds que le propuso la vida. Lucas también tuvo que enfrentar varias operaciones traumáticas para poder “caminar más normal”, como él mismo admite. “En 2007, tras la última operación que recibí –fueron nueve en total–, pude sentir que caminaba como una persona normal. Ahora ya está, no quiero saber nada con más operaciones”, admite tomando aire y con mirada desafiante.
Tal vez tratando de amedrentar al que reparte los dados cargados con los premios y castigos. Lucas ya demostró que su fuerza interior lo puede llevar a lugares que nunca hubiera imaginado. Venció a las adversidades con la misma fortaleza con la que derrota rivales en las piletas, con la misma entereza con la que enfrenta los problemas diarios. “Mi familia fue muy importante para que yo sea quién soy, ellos me apoyaron siempre. Lo primero que hago es festejar con ellos. Pasar tiempo con ellos, porque ellos son los que mejor saben todo lo que yo sufrí”, afirma con esa tranquilidad que asombra. En sus ojos se reflejan los más de 1000 años de existencia. Para los Lucas del mundo nada es sencillo y muchas veces encuentran una pileta desde donde envían un claro mensaje a otros que llevan ocultos sus discapacidades entre los pliegos de sus egos.
Nota de la Revista «El Gráfico»